lunes, 16 de noviembre de 2009

EL DIA EN QUE TODO CAMBIÓ- HECHOS INSÓLITOS Nº8

      A quien pueda leer este escrito. En ese caso, significa que la civilización e internet aún funcionan y que tú no sucumbiste.

 

     Habían pasado casi diez minutos desde que presto a escribir, impulsado por el deseo de alimentar esa actividad que me hace sentir vivo, me peleaba con mi falta de ideas tratando de arrancar, de desarrollar alguna buena idea, alguna interesante trama en la que perderme figurando el embrión generador de lo que debiera ser mi tercera novela por contrato. Me sentía a punto de  recibir la bendición de la musa, su beso inspirador, de caer agradecido en sus brazos, posicionado el bolígrafo sobre el papel ante el inminente disparo de salida.

 

     Vale, no dispongo de suficiente batería. Sintetizo.

 

     Era una soleada mañana de primavera, me disponía a escribir cuando sonó el teléfono. Ahí empezó todo. Para darle más proximidad y una más potente dramaturgia lo narraré en presente.

 

      Suena el teléfono; es mi amigo Ricardo (yo me llamo Roberto, de apellidos Baena Sotos). Hacía unas cuantas semanas que no sabía nada de él y ello me resultaba extraño, Ricardo es de esos amigos regulares y con los que compartes cotidianeidad; era extraño que no diera señales de vida de repente sin motivo alguno.

 

      Reproduzco la conversación:

 

 (Ricardo):-Roberto…

 (yo)- ¡hombre!

-ven conmigo….

-…vale…¿estás bien?…¿qué has hecho estos días?...no contestas al móvil, anteayer te llamé a casa y nada…

-…camina…

-ya

-ofrorist um jejer

-¿qué?

-jumtumur tatakli fgoj

-tío, ¿qué dices?

-…..

-Ricardo

-mnnnooorrrrrr

-¿qué haces nen?

-…es un cambio….fflurshtur ash tal fgoj

-¿vuelves a fumar?

-…

-¿me estabas hablando en algún idioma?,  no he pillado la coña

-…..

-…..

-….

-¿Ricardo?

-ash tal fgoj ash tal fgoj

 

     Y cuelga el teléfono. Obviamente lo llamo al instante. Sin respuesta. Lo primero que pienso es que mi gran amigo Ricardo se ha vuelto loco, así, sin más; víctima de algún trastorno psicótico fruto de años de consumo periódico de éxtasis y de estar en el paro mucho tiempo. Cojo la chaqueta, raudo me dirijo hacia su casa; tengo que verlo en persona, algo no me pinta bien, al menos sobre su estado de salud. Cuando me dirijo a la cocina para apagar el televisor, observo que el locutor del telediario, famoso por sus jocosos comentarios después de cada noticia, por su chispa y su estilo personal inconfundibles, mira fijamente a la cámara sin decir nada; está petrificado. Parece el típico error desde realización. El tipo no parpadea; mudo. Entonces, llevado por la curiosidad, acerco mi rostro a la pantalla, quizás por algún error técnico de emisión se haya congelado la imagen desde el satélite, pero cuál es mi asombro cuando al encontrarme a un palmo del aparato me doy cuenta de que no es una imagen fija, el reloj de su plató funciona. De repente, el presentador, sin mover ningún músculo de la cara, dice “ash tal fgoj”, sigue mirando fijamente a cámara y transcurridos unos segundos se levanta y se marcha. Sonrío pero al momento siento miedo; lo relaciono automáticamente con Ricardo. Suena el móvil, es mi sobrina Jennifer, descuelgo (bueno, es un móvil) y al otro lado del aparato (es un decir) oigo a la chiquilla repitiendo las tres malditas palabras; su tono carece de vida; lanzo el móvil al suelo y, ahí sí, retrocedo pálido y acojonado. Estoy sufriendo un ataque de paranoia. Al instante, en un acto reflejo, cojo al azar un tomo de la enciclopedia Marousse, que guardo en su totalidad junto a las pastas y arroces, y lo lanzo contra el televisor. ¡joder!...¡qué está pasando!...”ash tal fgoj”… Ricardo, el presentador, mi sobrina…¿me he vuelto loco o qué?...¿son alucinaciones?...sigo con mi plan inicial preso de un incipiente ataque de pánico y de un declarado ataque de nervios. Cuando salgo de casa cambio de plan. Decido simplemente salir a la calle, dar la vuelta a la manzana y volver a casa para confirmar que todo sigue igual y yo y mis amigos cuerdos. Sí, últimamente ando nervioso, será eso.

 

    Bajo por las escaleras y cuando estoy a punto de salir a la calle, en el portal de imitación mármol me cruzo con la Sra.Vicenta; noto que me mira raro; normalmente, siempre que coincidimos, mantenemos un breve y cordial intercambio de  formalidades, siempre ambos sonriendo y, yo al menos, deseando finalizar cuanto antes el protocolo vecinal. Pero esta vez, en respuesta a mis buenas tardes, la septuagenaria vecina me suelta un “utum ofror jkelit”  haciendo el gesto a la vez de que salga a la calle con ella; le pongo cara de no entender nada y la mujer se marcha ignorándome. Me quedo en el portal de dudoso estilo decorativo pasmado. No oso mirar fuera. No pienso subir a casa por las escaleras, temo encontrarme a todo el vecindario bajando en fila india con los ojos en blanco balbuceando aj tol flor o lo que sea...esto es rarísimo.

 

    Decido, no sé porqué la verdad, volver a casa por el ascensor cuando de repente oigo gritos desde la calle; me acerco a la puerta del edificio y desde el otro lado del cristal veo una multitud que camina por el carril bus gritando al unísono “¡ash tal fgoj!”…algunos cargan tronos de madera con banderas ardiendo….me entra la risa nerviosa, vale, no estoy loco, es que todos se han vuelto locos y están poseídos. Gritan esas tres malditas palabras sin parar. Me pellizco el brazo derecho…sí, es real. De acuerdo, hay que hacer algo. Doy vueltas en la portería “pensando” qué hacer, ¿me encierro en casa y ya pasará?, ¿llamo al teléfono de información para que me digan “ash tal fgoj”?. Me subo la capucha de la sudadera y salgo a la calle decidido a mezclarme con la muchedumbre posesa, con la intención de indagar qué está sucediendo, de obtener alguna explicación lógica sobre lo que está ocurriendo; eso sí, debo disimular, por lo tanto me comportaré como uno más.

 

    Nada más integrarme en la procesión, una chica de bellos ojos azules y notoria delantera me coge del brazo y sin mover un solo músculo de la cara, me lleva a la primera fila donde un anciano parece guiar la manada. Estoy a su lado. El viejo lleva un macho cabrío (vivo) al cuello y porta un cetro del que emana una luz roja en la punta. Da la impresión de ser un gurú; desde luego es el más ido de todos, el que grita más fuerte las tres palabras. Yo, haciendo uso de una innata mimesis, alzo ambos brazos y con la mirada perdida recito el bizarro salmo. Así caminamos un buen rato, al parecer sin rumbo fijo pues cuando al viejo le rota torcemos por una calle u otra; incluso hemos dado dos vueltas en una rotonda, hemos entrado en un centro comercial y recorrido la sección deportes de El Corte Yes. En los cruces los coches se detienen con total naturalidad para dejar paso a la procesión; en un semáforo he oído que sonaba “Juntos” de Paloma San Basilio desde un autocar, aunque la famosa cantante interpreta el tema con tan sólo las tres palabras misteriosas. Definitivamente, estamos perdidos, Paloma San Basilio aún vive.

 

   La tensión, la mía, alcanza su cénit cuando, en una parada que hacemos ante el monumento a un antiguo dictador, el viejo sin dejar de mirar al cielo brazos en alto dice en voz baja “lo sé” mirándome acto seguido y guiñando un ojo, uf…esto es demasiado, las piernas me flojean. Hago como si nada pasara; el santón enajenado también. Estoy aterrado, pero continuo con mi mímica. 

 

    Parece ser que, al menos en mi barrio, la gente está poseída por algo; toda sin excepción. Todos se comportan igual y sólo saben decir “ash tal fgoj”. Las tiendas están vacías, incluso el centro de bronceado artificial. Allá por donde pasamos la gente se une a la procesión, y lo más chocante: allá por dónde pasamos siempre se lanza desde el balcón alguna persona al grito de “ash tal fgoj”. Me cuesta disimular ante estas escenas, más cuando en una ocasión, el cuerpo de un suicida espontáneo ha chocado contra el suelo a dos escasos metros de mí con la consiguiente salpicadura. Debo contenerme pues si no lo hago creo que me va la vida. Esto es serio, amenazante. Cuando pasábamos por la plaza del ayuntamiento, un anciano ha sacado una botella de alcohol de farmacia, se la ha vaciado en la cogotera y acto seguido se ha prendido fuego mientras recitaba las tres palabras, tan pancho como si nada. Justo en el momento en que recorríamos un parque público, el equipo de jardineros de la subcontrata municipal ha empezado a masacrarse unos a otros con sus utensilios botánicos; parecían no sentir nada, ni se inmutaban. Por supuesto mientras se clavaban unos a otros las hoces, sierras y rastrillos, proferían el puñetero “ash tal fgoj”. Esto está subiendo de tono. Tengo la impresión de que el viejo del cetro cutre manipula a las personas, ahí donde dirige su mirada sucede algo, es como si fuera un potente telépata que esta anulando las personas… ¿control mental?...todo esto escapa a mi razón y no quiero que ésta escape de mí.

 

    Cuando llevamos al menos dos horas, la ciudad entera discurre en procesión.  Continuamos por la autopista de pago que lleva al sur; cuando nos acercamos a los peajes, y hay unos cuantos, las barreras se levantan solas. Estoy agotado, tengo la garganta seca, empiezo a cavilar un plan de escape. Decido que la mejor opción es salir escopeteado en cuanto se presente la ocasión, campo a través. Dudo de si la legión de chalados me perseguirá obedeciendo las silentes órdenes del viejo, o de si éstos, presos de un instinto colectivo, irán en mi captura. Estoy cagado. Quizás en cuanto me ponga a correr el viejo abordará mi mente y contra mi voluntad me mataré machacando mi cabeza contra una roca. Desde luego algo hay que hacer, la multitud parece tan absorta que incluso es posible que me ignoren. Tengo miedo, ansiedad.  

 

    Tras cruzar un puente lo veo claro. Giro noventa grados y me pongo a correr como un loco (sic). Al cabo de unos segundos miro hacia atrás y veo sorprendido a la chica de prominente busto corriendo hacia mí; nadie más. Me detengo, veo en su rostro el gesto de una persona normal, me hace señas con la mano de que siga corriendo, su mueca es de miedo; estamos los dos asustados. Tras subir una colina decido esperarla. El corazón va a mil.

 

-no sabía cuándo hacerlo…-le digo.

-…pensaba que era la única…

-¿qué es todo esto?

-no sé…estaba en casa escuchando la radio y de repente el hombre del tiempo empezó a hablar  otro idioma…llamé a mi madre y no entendía qué me decía…lo único que pensé fue unirme a la multitud e improvisar algo…en casa no me sentía segura.

-estamos igual….¿y ahora qué?...

 

 

    Ahorraré detalles, pues la descripción de todo lo que sucedió después ocuparía un libro entero. Para resumir, Vanesa y yo estuvimos caminando días y noches hasta llegar a las montañas. Caminamos siempre escondidos, campo a través. Hicimos el amor la primera noche, resultó que nos gustamos desde el primer instante detrás de la colina; de ello, durante nuestra huida, se originó un mutuo enamoramiento que al cabo de un año y medio engendró a Sergio, nuestro hijo; la pena es que desde que nació dio muestras de estar poseso, el niño siempre tenía la mirada fija y las primeras palabras que acertó a decir en su tierna vida fueron “ash tal fgoj” por lo que actualmente, y para la eternidad, su cuerpo descansa en la ribera de un precioso río pirenaico. Como digo, logramos arribar a zona segura, aislarnos en lo alto de un valle de origen glacial y construir nuestro hogar.

 

  Vivimos de la caza y de lo que nuestro pequeño huerto nos proporciona. Cada cierto tiempo debemos ahuyentar o deshacernos de algún poseso que se acerca. Hay buen abono en el huerto.

 

   Con Vanesa decidimos no tener descendencia por lo que practicamos el sexo con coitus interruptus o bien anal para variar un poco. En nuestros cinco años de aislamiento, calculo a ojo (es un decir) aún ni mi compañera ni yo hemos podido saber qué sucedió, el porqué de esa súbita posesión colectiva, el viejo,… no tenemos noticias ni vagas sospechas de qué está sucediendo “allá abajo” ahora mismo, ni siquiera de si existe el mundo tal como lo abandonamos. Nunca nos hemos atrevido a volver. Nunca nos hemos encontrado a alguien normal a quien preguntárselo. Por ahora veo que internet funciona pero nadie actualiza contenidos de nada, ni foogle siquiera, ni los diarios, ni los chats. Nada funciona, pero existe aún. Es por eso que me he animado a escribir este mail.

 

    De todas maneras debo reconocer, y Vanesa piensa igual, que no hay mal que por bien no venga pudiendo afirmar que todo este tiempo hemos vivido felices, en harmonía con la naturaleza, libres, autogestionando nuestros recursos, mi/nuestra vida, a salvo de una locura que enajenó a las personas y desmanteló la sociedad en la que nacimos, crecimos. Por otro lado, sufro una pesadilla recurrente en la que el viejo gurú me sodomiza con el cetro mientras el macho cabrío aplaude y nuestro amado Sergio me regala flores rojas al tiempo que recita una oración. He llorado mucho por mi familia, por mis amigos que seguro sucumbieron a la locura colectiva. ¿y por qué no nosotros?

 

     Nunca lo he sabido.

 

     ¿Tú lo sabes?

 

      

No hay comentarios:

Publicar un comentario