domingo, 23 de agosto de 2009

HECHOS INSÓLITOS Nº4- EL HOMBRE QUE SUFRÍA ALUCINACIONES

Hola tú que lees.

Me llamo Mario, de apellidos Cabanillas Sánchez; lo siguiente que procedo a narraros viene sucediendo desde hace aproximadamente seis meses.

Un mediodía estando en casa, tras echar la siesta del carnero (la de después de comer y que mejor sienta), me disponía a disfrutar de una musaca griega previamente descongelada, aquél día más que nunca pues me había prometido no alimentarme más ya de congelados por muy atractivo que sea el contenido o barato y socorrido su cometido; como digo, en el justo momento en que hincaba el primer bocado al plato, noté con el pie algo debajo de la mesa; justo en una pata de la mesa Ifea modelo Göljkor descubría una berenjena perfectamente apoyada; he ahí cuando dos profundas dudas me asaltaron al medio segundo de percibir aquella espontánea verdura depositada con evidente premeditación. A saber: 1) en esta casa no habita nadie más que servidor, y si yo no la he depositado ahí, ¿quién pues?... y 2) odio las berenjenas, tanto por su sabor como por su aspecto y si yo no la he depositado ahí, ¿Quién lo ha hecho, conoce mis aversiones?; al cabo de otro segundo me asaltó una tercera duda: 3) si alguien había entrado en el piso, seguramente durante mi siesta, ¿por qué mandangos había realizado tal acción entonces?; una vez pasado el inicial pasmo, mientras reflexionaba tratando de analizar la situación y disponía a sacar la antipática verdura de debajo la mesa, una cuarta duda asaltó mi mente: ¿era algún tipo de mensaje conteniendo algún descifrable significado?. Fue ésta sosegada duda la que hizo que me pusiera en pie, mano en barbilla, intentando extrapolar desde la abstracción cualquier mensaje encriptado en la susodicha escena más propia de cualquier museo vanguardista, sección poemas visuales.

Y ahí quedó todo. Desvié la mirada dos segundos hacía el techo, atento a los jadeos y consiguientes golpes de algún tresillo (en sincopado traqueteo-crescendo) en el suelo vecinal superior producidos por el desahogo copular de mis ociosos vecinos, cuando al dirigirme de nuevo al objeto de estudio, descubría atónito la súbita desaparición del cuadro.

No había berenjena. Volatilizada. Desaparecida.

Ese es el inicio de una concatenación de imágenes y acciones que os va a parecer digna del más psicodélico capítulo de cualquier serie de dibujos animados de la era soviética que tan pedagógicamente amenizaron mi infancia y gratamente estimularon la imaginación desde temprana edad.

Absorto todavía en mi cavilación sobre el destino y proceder de la berenjena, me dirigí a la cocina y cuál fue mi estupefacción cuando hallé ante mí, ocupando todo el reducido espacio destinado a los menesteres culinarios, un tiovivo girando rápidamente, iluminado por todo lo alto y transportando en frenéticas rotaciones a mi abuelo vestido con un frac rosa, tulipán negro en una mano y un ejemplar de Mortadelo y Filemón en la otra; rotaba mi abuelo preso del frenesí saludándome efusivamente, invitándome de viva voz a subir a la desbocada atracción; sudor frío, escalofríos, mi mente no asimila. José, mi jovial abuelo, nada más pronunciar mi nombre diez veces del revés empieza a vomitar sin perder la compostura ni ambos objetos de sus manos a la vez que perdura en su entrañable sonrisa; parece extasiado, embriagado diría incluso. De repente, del falso techo de yeso surge una brecha partiendo la cocina en dos y desde una radiante luz rojo pastel bajan tres boinas verdes perfectamente equipados con cuerdas; arriesgando sus vidas rescatan a mi abuelo con admirable profesionalidad haciendo gala de un cálculo operativo envidiable que permite a los competentes militares evitar las embestidas del tiovivo; en un segundo lo rescatan del micky mouse para irse con el octogenario difunto por dónde habían llegado.

Muchas emociones en poco rato; abro la nevera, necesito un vaso de leche fría. La cocina intacta. El techo intacto. Los vecinos no se quejan. Qué extraño todo…

Llevado por el instinto decido llamar a mi mejor amigo para contárselo y de paso cerciorarme de que aún pertenezco a la dimensión real. Descuelgo el aparato y nada más apoyarlo en la oreja noto que éste se deshace cual mantequilla, lo aparto rápidamente; un líquido viscoso corre cartílago abajo, el aparato se pega a mis manos y con violentos ademanes consigo despegarme de él; el hilo telefónico se ha transformado en chicle; desde un punto impreciso de la habitación suena “Aires de Fiesta” de Karina…oh madre mía…no doy crédito…más que miedo siento pasmo, igual que si me encontrara en una atracción, pero a diferencia de haber acudido previo pago a disfrutar de la atracción por propia voluntad (que el conciente se encarga de recordarte que se trata de un mero y fiable juego recreativo), esta vez siento que los sucesos, las percepciones, lo que palpo, escapa a mi razón empírica, y, lo que es más grave e increíble, es que esta sucesión de imágenes, de acciones, es incontrolable, arbitraria, no se corresponde con moldes preconcebidos, en mayor o menor medida lógicos, que se supone pertenecen a la realidad circundante y aprendida.

No sé si me explico…

El chicle telefónico se ha enredado en las chanclas; tropiezo; caigo al suelo; la mítica canción injustamente olvidada se encadena en fundido con un adagio andante de Albinoni; a la vez, como ha sucedido con mi apreciado teléfono de baquelita (tan costoso de encontrar en las tiendas de segunda mano…) la pintura de la habitación se derrite y empieza una coreografía de ladrillos en movimiento al son de los violines del precioso adagio; los andantes ladrillos sobresalen de la pared demostrando en su movimiento una inorgánica intención por salirse de la lisa y vertical pared; bailan; unos salen, otros se adentran aún más en la deconstruida pared, todos sincopados con la música…de los cajones de la mesita del teléfono aparecen unos langostinos que hábilmente se encaraman con gracia y escalan la pared para copular en una bucólica danza con los ladrillos; en estas vuelve a aparecer mi abuelo que haciendo eses y sin abandonar la senil sonrisa me muestra una botella de sidra, “…va por ti…” me dice, brinda al aire, vacía su contenido y se va tan pancho…siento un escalofrío, la piel de mis brazos se ha tornado naranja, puedo comprobar por el espejo (Ifea también) que el cabello se me ha erizado y los langostinos más atrevidos saltan hacia mi pelo…lo sé…por ahora esta narración os parecerá inverosímil…puedo juraros que no consumo sustancias psicotrópicas, ni sufro una depresión que me lance a los abismos de la invención como proyección alteradora de una realidad mísera y frustrante de la que pretenda huir…hace poco hice vacaciones, tengo una vida agradable, un trabajo que me gusta, gozo de relaciones sexuales compartidas una vez, mínimo, por semana…no encuentro más justificación ni explicación auto-diagnóstica a estos hechos insólitos…por supuesto nadie, nadie, sabe nada de esto, a partir de ahora sólo vosotros, anónimos lectores.. no los contaré a ningún médico, ni loco…ni a ningún amigo pues no deseo hallar en sus miradas, en su comportamiento, un viraje hacia la duda en su amistad y valoración hacia mi persona.

En eso quedó todo esa memorable tarde pero como he escrito al principio, estas singulares alucinaciones, potentes en su proyección y contenidos, vienen dándose a diario desde hace medio año; no se circunscriben tan sólo al ámbito doméstico. He aprendido a convivir con ellas; he aceptado su intromisiva naturaleza en mi cotidianeidad. No alteran el rumbo de mi vida personal; soy el único espectador y nadie más puede compartirlas, al menos que yo sepa. Empiezo a sospechar de que a más personas les sucede lo mismo; como dicen, la procesión va por dentro, así que nunca se sabe, no seré el único, o sí…me da igual; vivo tranquilo, ello no ha alterado mi normal y normativo proceder hacia los demás, en las diversas situaciones anodinas de la vida. Cada uno con su locura; soy consciente de que aquellos que por distintos motivos, que no entraré a discernir ni juzgar pues no soy quién, sucumben a las alucinaciones mal presente viven y mal futuro esperan ante la incomprensión de la sociedad y la automática medicalización a la que se ven sometidos como idóneo “tratamiento” a su pretendida “locura”.

Harina de otro costal, al menos para mí.

Trabajo en una oficina de recursos humanos en una multinacional dedicada al transporte marítimo. Dos tardes a la semana voy al gimnasio, quedo con mis amigos de toda la vida a menudo, soy socio del Club Ajedrecista Macrobiótico, me gusta el senderismo, el cine de calidad, soy adicto al chocolate negro y llamo a un programa de radio nocturno en el que el oyente participa solventando problemas matemáticos.

Os enumeraré una parte de lo que mis ojos perciben en cualquier momento, en cualquier lugar; por ejemplo, en mi trabajo.

Una fotocopia con la cara de Mao Tse-Tung que sale de la máquina cuando lo que había fotocopiado era una factura; un croissant gigante puro en mano aposentado en la taza del WC contándome sus miserias; entra la secretaria del jefe y encima de cada hombro trae consigo sendas banderas de suecia con luces de neón intermitentes bordeando las telas; autocares empujados por veteranos del Vietnam; palomas vestidas con albornoces; bolígrafos que debaten entre sí sobre la moral aristotélica.

Absurdo. Lo sé.

Asumiendo el hecho alucinatorio como ineludible opto por reprimir cualquier gesto y/o intención de verificar por mí mismo la realidad del objeto/ acción aparecido; dejarse llevar por el lógico impulso crea situaciones embarazosas y reacciones reprobantes entre las personas. Me explico: embarazoso malentendido cuando conversando con mi jefe, un hombre entrado en años de amargo talante y negro humor, trato de sacarle de encima de su cogotera un macaco entretenido en la búsqueda de parásitos capilares; el hombre interpretó tal ademán, desde su realidad, como un comportamiento inexplicable en aquel joven prometedor al que a partir de ese día iba a mirar con ojos prejuzgadores y dubitativos; no se puede pasar la mano por encima de la cabeza del jefe como si nada, más en plena conversación sobre una futurible reducción de plantilla.

Panaderas que en vez de meter en la bolsa la barra de cuarto educadamente pedida depositan un saltamontes azul del tamaño de un gato dentro de la bolsa no reciclable; policías nacionales que al responder a mi duda sobre el lugar correcto al que dirigirme para renovar mi documento de identificación nacional contestan tarareando un vals y haciendo la conga varios de ellos con sus armas reglamentarias entre dientes; dinosaurios peludos convertidos en mecánicos que fuman compulsivamente y que de todas maneras pretenden cobrarme más de la cuenta; medusas flotando en el vagón del metro… esta es la única visión repetida invariablemente; cada vez que viajo en el ferroviario servicio ahí están mis preciadas medusas; con el tiempo ya me reconocen y denotando afecto en su comportamiento nada más “verme” entrar se acercan y frotan sus frágiles tentaculillos contra mi ropa; flotan armoniosamente entre los pasajeros, pululan cuales mariposas coloristas de risueño vuelo; en cuanto se abren las puertas del vagón algunas salen y ¡plop! se desintegran nada más cruzar el umbral, un espectáculo diario que ameniza el sopor matutino, dinamiza la vuelta a casa y poetiza la vivencia sórdida en la gran ciudad…es mi alucinación preferida, de hecho tengo preparado en el mp5 un disco de Pink Floyd para la ocasión.

Hace una semana aproximadamente, mientras realizaba el acto sexual con una compañera del trabajo (relación de larga duración, en el tiempo y en el momento, llevada en cómplice clandestinidad ante los compañeros), en mi cama Ifea modelo Köitonstrom, dos boas contrictor emergían de debajo la cama, se entremezclaban con nuestros sudorosos cuerpos y mientras Alicia cabalgaba mi miembro, una boa rodeaba lentamente su tórax y lamía sus pechos con la bífida lengua; la otra se arrullaba en mis convulsa piernas; ciertamente el desliz de sendos cuerpos cilíndricos provistos de esas pieles tan suaves, escamadas en terciopelo, entrelazándose con nuestros humanos cuerpos, confería un plus impagable de táctil placer multiplicado al acto copulador; porque en algunas de las visiones no tan sólo percibo la imagen, también todo lo que veo posee un tacto tangible a mis sensores, unos olores captables por mi pituitaria, unos sonidos decodificados por mi cerebro; sí, ahí estábamos cuatro cuerpos retozando, tres sintiendo de más, dos gimiendo, uno supremo receptor.

Visiones, apariciones que complementan mi vida; algunas poco agradables e inoportunas, como el día en que asistiendo a la boda de un primo del pueblo presenciaba como desde detrás del sacerdote, surgiendo desde el típico retablo dorado, aparecía el mismo Belcebú maracas en mano tarareando un bolero conocido (cuyo título omitiré para no suscitar polémicas relaciones esoterico-paranoicas ni asociaciones malévolas de ideas entre los lectores) y mientras señalaba de manera burlesca a los novios soltaba unas sonoras carcajadas tan estridentes que tuve que taparme los oídos y viendo esto mi tía abuela Mauricia, Biblia en mano sentada a mi lado, se pasó la mujer toda la cena preguntándome con maternal insistencia si ya comía bien que me veía delgado últimamente.

Estimados confidentes de estas realidades paralelas e intrapersonales, no alargaré este relato con más enumeraciones de visiones imposibles por no frivolizar sobre el tema ni acabar resultando pesado y repetitivo; tan sólo compartir con vosotros esta experiencia. Si bien no malvivo con esta doble realidad sensitiva impuesta, cierto es que el esfuerzo por canalizar hacia la normalidad y sostenibilidad emocional estos hechos inauditos con los que me veo obligado a convivir supone un cansancio. También, en algunos momentos caigo en el desasosiego al no poder, por propia e inmutable decisión, explicar a mis allegados y amistades tales hechos; un peaje a abonar para mantener sólidos los cimientos de la cordura.

Sigo adelante, cautivado unas veces por las maravillas audiovisuales que se me ofrecen, desviando la mirada otras ante horrendos cuadros de mal gusto; sigo adelante y salgo de mi alucinatorio armario exponiendo este testimonio, aunque como viene sucediendo desde hace unos días las letras del teclado no paren de cambiarse de lugar procediendo en un engorroso juego que pone a prueba mi paciencia y escribir este relato me esté costando grosso esfuerzo, mas no claudico aunque temo que el hecho alucinatorio esté tomando una nueva significancia y parece ser que exista cierta intencionalidad e interacción en el mismo según el momento personal o la acción que me encuentre realizando.

“no dudéis jamás de lo que ven vuestros ojos, porque si lo ven es que existe”



Agradeceros vuestra lectura y empatía.
Saludos expansivos

No hay comentarios:

Publicar un comentario